Arena y mar de despedida (con alguna cereza). (Desde S.Vicente de la Barquera a Liancres) 2019

               

 

(…Y sonrío porque sucedió,

y el recuerdo será fuerte, 

 pero no tanto como mi sueño siguiente)


Sería nuestro último viaje en ella, en esta autocaravana que durante siete años tantas satisfacciones nos ha dado.
Con ella hemos recorrido desde Noruega hasta Sicilia, pasando por Polonia, Alemania, Francia, Portugal y por supuesto, nuestro hermoso país, desde la costa Almeriense, a la Asturiana, descubriendo Redes y Ponga, rodando por el norte de nuestra geografía, por Galicia, Bilbao y  San Sebastián o por la zona centro con Segovia, Soria,  Burgos y Palencia o por tierras del sur, por  Cádiz,  Córdoba, Huelva ó Málaga. 
La hemos disfrutado mucho, nos hemos perdido por rincones escondidos que hemos ido descubriendo. En ella,  nos hemos  dejado acunar por las olas del mar, en alto de un acantilado o sobre las doradas arenas de tranquilas playas. Hemos disfrutado de hermosos ocasos y de increíbles amaneceres. Nos hemos atrevido a disfrutar del silencio que brinda la soledad en lugares escondidos y apartados,  en hermosas calas y en  bosques, acariciados por el sonido el viento o por el rumor del mar. Nos ha regalado libertad y mucha serenidad.

Ha sido una delicia, pero, todo tiene que llegar, y llega el final de una etapa. Últimamente los finales y las despedidas forman ya parte de mi vida.

Y pese a las satisfacciones que me ha dado, se me va haciendo incómoda para mi edad: subir peldaños para acceder a la cama y agacharme hasta el suelo para acceder al frigorífico o al armario.

Mi jubilación está cerca. No llegará  a dos años (cuando escribo esto estoy a año y medio). Y en principio pensábamos en  cambiar para entonces, pero también es cierto que toda autocaravana nueva es como un melón sin abrir y necesita unos kilómetros para comprobar su “sabor”. No se puede salir con una recién estrenada y poner muchos kilómetros y tiempo por medio. Y la última variable, la que precipitó todo: cada vez nuestra autocaravana costaba menos y las nuevas más, por lo que la brecha se iba haciendo cada vez mayor. Y antes del verano sería la mejor época para vender, así que tomamos nuestra decisión.

Este, sería su último viaje con nosotros y cuando salimos con ella, estábamos vendiéndola.

11 de abril, jueves. Boadilla del Monte-Herrera de Pisuerga.
Por la tarde pusimos rumbo a Cantabria, al punto donde nos quedados dos años atrás, para continuar nuestro recorrido por la costa norte española, recorrido que empezamos en el 2009 en las Rías Bajas.

Unas cuatro horas después de dejar Madrid por la A6 llegamos a Herrera de Pisuerga a su área para autocaravanas (42.59028/-4.33167). Recogida, tranquila, junto al rio en un bonito lugar. Totalmente recomendable y a mi gusto, mejor que la de Aguilar de Campoo en la que ya hemos estado dos veces. Ambas distan unos 30 km. Ya había tres autocaravanas más, pese a ser  un jueves, y por la noche se nos unió otra, a la que no oímos llegar.

12 de abril, viernes. Herrera de Pisuerga-Cueva de El soplao-San Vicente de la Barquera.

Por la mañana partimos rumbo a la cueva de El Soplao. Teníamos hora de entrada a las 13, pero circulando por buenas autopistas excepto en el tramo final hasta la cueva, llegamos hora y media antes de lo previsto.

Las señales y el navegador nos obligan a dejar la vía principal y ascender por una sinuosa carretera de suficiente ancho y bien asfaltada. Poco a poco, con la altura ganamos vistas hasta llegar a un mirador donde paramos a disfrutar del verdor de estas tierras y de sus montañosos paisajes.

Continuamos hasta llegar al aparcamiento de la cueva prácticamente vacío y que se abre también como un balcón a unas vistas de lujo. Me acerco a la taquilla y nos cambian las entradas por unas a las 12,15 así que conseguimos ganar 45 minutos. Lo que gozando de un tiempo estupendo es de agradecer, por lo que pueda venir en un futuro, siempre incierto por estas tierras.

Cueva del soplao

Tomamos un tren cuyas vagonetas eran las usadas en la antigua mina y que han sido modificadas para trasladar a un grupo de 40 personas al interior de la cueva. Es un trayecto corto tras el cual caminamos por el interior de un túnel  y en pocos metros nos encontramos en una gran sala donde lo más destacable, además de su gran tamaño, era el contraste de colores: los rojos y ocres de óxido de hierro  mezclándose con el blanco  de las formaciones compuestas por carbonato cálcico. Aparecen estalactitas y estalagmitas  junto con algún cristal de aragonito que podemos atisbar.

(fotografía extraída de internet)
Nos hacen una pequeña introducción sobre el descubrimiento de esta cueva, casual, como todas.  Al parecer los mineros que buscaban zinc y plomo dieron con esta enorme cavidad, pero no les interesó trazando los caminos por lo que hoy andamos y siguieron excavando niveles hacia abajo, siete desde donde estábamos nosotros, hasta alcanzar unos nueve en total.

Al cierre de la mina en los años 70 por falta de rentabilidad, se comenzó tu explotación turística.

Nos desplazamos y vamos
Fotografía extraída de internet
 deteniéndonos en las formaciones más destacables hasta llegar a la zona donde comenzamos a ver lo que nuestra guía llamo “excéntricas”. Estas formaciones son como estrellas de mar o anémonas blancas cuyos finos tentáculos se extienden en todas las direcciones retando a la Ley de la Gravedad


Según nos contó, están originadas por la filtración del agua de la superficie que arrastrando calcio y magnesio forma carbonatos. Si la proporción de calcio es mayor que la de magnesio se forma calcita dando lugar a estalactitas y estalagmitas, pero si la proporción de magnesio es mayor que la de calcio se forma aragonito. El aragonito da lugar a ramificaciones en distintas direcciones por capilaridad que se traducen en estas formaciones excéntricas parecidas a ramificaciones de vegetales o púas de erizos de mar que cubren gran parte de techo y paredes.
(Fotografía extraída de internet)

Esta explicación científica no consigue transmitir toda la belleza de lo que observamos. En esta gran sala lo más destacable es el contraste de los colores vivos, rojizos y pardos  con el blanco de estas finas ramificaciones que tapizan paredes y techo.

(Fotografía extraída de internet)
Pero terminamos en la “sala de la ópera”... Y hasta aquí pudo recordar....el “ordenador” ya que tenía terminado el relato de la visita a la cueva cuando Angel, al ver la luz del transformador encendida, sencillamente...la apagó, así que ante mi perplejidad, la pantalla del netbook se quedó negra y yo con cara de haba sin saber que había ocurrido. Un desastre, ya que lo que escriba ahora, no será lo mismo que escribí ayer. Posiblemente sea mejor, o quizás no. De cualquier forma nunca será igual.

Decía ayer que llegamos a la sala de la ópera y allí la magia apareció en todo su esplendor. Por unos instantes me trasladé  posiblemente quince años atrás cuando visitamos la cueva de Castañar de Ibor. Y es que lentamente nuestros pasos nos sumergieron en una irrealidad, en un sueño. Sobre nuestras cabezas y por las paredes trepaban las excéntricas, esas formaciones frágiles y bellas, como delgados troncos vegetales con pequeñas ramificaciones en todas direcciones  cubiertos todos por una capa de escarcha blanca para convertirlos en finos y frágiles trozos de hielo. Era como tener ante nuestros ojos un arrecife marino cuajado de anemonas, erizos de mar y estrellas cuyos blancos tentáculos  y brazos se extendían en todas direcciones.
(Fotografía extraída de internet)

Era un escenario tan hermoso que parecía irreal, como sacado de un sueño. Nuestra contemplación fue acompañada de música de ópera lo que contribuía a sumergirnos aún más en este mundo casi onírico, irreal, mágico cuya belleza parecía querer atraparnos y absorbernos hasta hacernos desaparecer del mundo real.

(fotografía extraída de internet)
 Me sentí seducida por tanta hermosura y una vez más la naturaleza era capaz de superar todo lo que nuestra imaginación puede crear. Nosotros, con nuestras bellas creaciones solo acertamos a imitar algo parecido a lo que ella es capaz de hacer solo con agua y cal...y unos cuantos de millones de años más.

Y me ocurre algo especial que poco tiene que ver con el síndrome de Stendal. Esto es mucho más sencillo. La contemplación de algo muy bello me produce una intensa emoción. No sólo veo la belleza, sino que consigo sentirla y como resultado las lágrimas se agolpan en mis ojos. Quizás por pudor, o por puro egoísmo, por la necesidad de atesorar esa emoción solo para mi, lucho contra ellas. Es una cascada irrefrenable de intensas emociones a la que sumo la enorme felicidad por ser aun capaz de sorprenderme por cosas tan bellas, aunque las vea  casi por tercera vez.
(Fotografía extraída de internet)

Y es que la primera fue en la cueva de Castañar de Ibor. Y tengo que decir que aunque la del Soplao es grandiosa y también cómoda de visitar, la de Castañar era pequeña pero extremadamente intensa. Allí las estancias son mucho más reducidas y estas hermosas y frágiles formaciones de ramificaciones casi de hielo o cristal transparente extendían sus extremos tapizando paredes y techos quedando a veces a escasos centímetros de nuestras caras. Así éramos capaces de contemplar más de cerca esta maravilla de la naturaleza. El número reducido de personas que formaban el grupo, siete entonces, contribuía a sentirnos más próximos de esta belleza. En el Soplao su contemplación es más distante, física y emocionalmente. No quiero que nadie malinterprete estas líneas: ambas son hermosas, únicas, incomparables si cabe, aunque es inevitable que las imágenes de una se superpongan cuando se contempla la otra.

La segunda vez que vi estas formaciones de cristales de aragonito fue en Francia,  en la cueva Clamose en los Pirineos franceses, pero allí  tapizaban una pequeña pared únicamente, nada comparable a ninguna de estos dos españolas.
(Fotografía extraída de internet)

Y curiosa la coincidencia de haber  solicitado visitar la Cueva de Castañar para este año. Solo se puede hacer durante los meses de verano los fines de semana y en grupos de 5 personas. Extremadamente difícil. El año pasado no llegamos a tiempo y vamos a ver si este lo conseguimos. Según nos dijo nuestra guía, esta cueva, al ser tan grande y ser parte de la galería de una mina está muy bien ventilada por lo que con controles de temperatura, humedad y CO2 se puede mantener más o menos en buen estado de conservación sin perjudicarla; pero la de Castañar es casi hermética. De hecho entramos por un estrecho tubo descendente que únicamente tenía el diámetro para permitir el paso de uno en uno. La ventilación es escasa o nula por lo que cualquier elemento extraño que entre desde el exterior a través de los visitantes, allí puede quedar y la podría contaminar haciéndola peligrar. Suponemos que por eso esa rigidez tan extrema en sus visitas.

Y ya dimos por terminada la visita. Tomamos de nuevo el tren de regreso y pusimos rumbo a Las Ferrerías. Pero una llamada de teléfono hecha  antes de partir nos  descubre que estaban cerradas. Solo abrían los fines de semana así que, después de descender y comer nos dirigimos a San Vicente de la Barquera.

En primer lugar fuimos al faro con la idea de caminar un poco por la costa, por el parque natural de Oyambre pero cuando llegamos el Centro de Interpretación  estaba cerrando así que nos informaron de dónde comenzaba la senda a donde fuimos.  

Atrás dejamos una depuradora de aguas y  tomamos un camino ascendente flanqueado por altos matorrales.  Cuando esta vegetación baja desapareció, a nuestra derecha se abrió un espacio verde que terminaba en el azul del mar con los restos de lo que parecía ser la torre de una iglesia. Aquí dejamos el camino para acercarnos a la línea de costa y disfrutar de unas espléndidas vistas del mar cantábrico abierto al infinito por el norte y a la playa del Merón por el oeste, a donde nos iríamos seguramente a pasar la noche.

Descendimos para dejar al autocaravana en el aparcamiento del puerto y pasear por el casco viejo de la localidad.

Ascendimos hacia la Puebla Vieja dejando atrás  la Torre del Preboste  levantada en el siglo XIII y que está adosada a la antigua muralla junto a la que fue construida, aunque posteriormente tendría varias remodelaciones. Su función era la de defender una de las puertas de entrada a la antigua villa, controlarla y cobrar el diezmo a la gente que accedía a ella.





Ya en el recinto amurallado y en la parte superior, llegamos a la iglesia de Santa María de los Angeles, mandada construir por el  rey Alfonso VIII de Castilla en 1210 para acoger a la nueva población que crecía en la villa y desde la que se disfrutaban de unas hermosas vistas sobre la ría.

A esta iglesia, gótica de tres naves,  merece la pena dedicarle unos minutos para descubrir la tumba del inquisidor de Sevilla,  elaborada con mármol y que  recuerda mucho a la talla de El Doncel de Sigüenza  y  el retablo principal la imagen de la virgen con un pecho al aire ofreciéndoselo al niño Jesús. Las nervaduras  del cabecero y laterales son también una belleza de la que disfrutar.

Dejamos atrás la iglesia así como  el actual ayuntamiento, antiguamente el Palacio de la Familia Corro justo enfrente de la Torre del Preboste. Este palacio renacentista fue la casa del Inquisidor Corro quien la mandó construir en el siglo XVI para transformarlo en hospital y acoger a los enfermos pobres y peregrinos de la villa que venían del Camino de Santiago.  

Suavemente vamos descendiendo y pasamos el castillo del Rey, uno de los mejores ejemplos de arquitectura defensiva de la región construido en el siglo XIII y que actualmente alberga exposiciones y distintos eventos culturales.

De vuelta a la autocaravana dimos por terminado el día para poner proa a la playa a un lugar donde pasar la noche al borde del mar.

Tenía apuntadas las coordenadas de  hasta siete lugares distintos a lo largo de la costa cercanos a esta localidad, pero el primero  nos gustó, así que allí, en primera línea decidimos quedarnos. Por supuesto no pudimos resistirnos a dar un paseo a lo largo de ella, paseo estupendo ya que era fácil y sin apenas inclinación.

Y de regreso nos quedaba disfrutar de la magia de la puesta de sol, frente a nosotros, sobre el mar. Así que cuando le quedaban pocos minutos de vida salí armada con mi cámara para recoger al borde mismo de la playa la magia de luz y color de estos fugaces instantes.

Y aunque pueda disfrutar de este espectáculo desde dentro de la autocaravana, solo si salgo fuera me parece que hasta lo podría “tocar”, me siento más próxima, puedo oler, sentir la brisa en mi piel, el sol acariciándome hasta desaparecer…

Y en pocos minutos la blanca luz se fue transformando en dorada hasta conseguir ese rojizo vivo que se va amortiguando lentamente. Esta luz se reflejaba en los restos de agua que las olas dejaban sobre la arena al retirarse para recuperar su sitio en el mar. Un bello espectáculo en un bonito escenario que no me canso de disfrutar.  Y es que a pesar de que casi todas las puestas de sol son parecidas, no existe ninguna igual y disfruto de todas y cada una de ellas.

Regresé para terminar mi cena que había dejado a medias y poco después, ya con la oscuridad de la noche rodeándonos, nos fuimos a la cama.

Pero a eso de la 1 de la mañana me despierto, oigo ruidos, veo luces y siento frío. Después oigo pitidos rítmicos, cada 10 minutos en cadencias de 4 ó 5. No consigo conciliar el sueño y me levanto al baño cuando veo la luz roja de la calefacción.   Compruebo que se nos colado por una lado una furgoneta casi con calzador. Nos hemos quedado sin gas así que el pobre Angel sale a poner la otra bombona y cuando estamos en la cama de nuevo veo que asociado a esos pitidos están luces con intermitencias. Pienso que a lo mejor somos nosotros que tenemos una derivación y esperamos, pero no se produce después por lo que retomamos nuestro sueño.

El resto de la noche transcurrió tranquila

Día 13 de abril, sábado. San Vicente de la Barquera-Bosque de secuoyas de Cabezón de la Sal-Carrejo-Cabezón de la Sal-Comillas.

Desperté a las 7,30 retomando mi sueño hasta las 8,30 en que desayunamos y decidimos poner rumbo al bosque de secuoyas de cabezón de la sal  a donde llegamos alrededor de las 10.

Donde comienza el  bosque hay  un pequeño aparcamiento para  3 ó 4 turismos, pero solo turismos, así que circulamos unos  500 metros más  por la carretera hasta dejar la autocaravana en lo que llaman el aparcamiento principal. Estábamos solos. Un camino de peatones asfaltado une este aparcamiento con la entrada a este bosquecito.

Y nada más entrar nos encontramos en el centro de un bosque centenario cuyos enormes troncos se elevan hacia el cielo con una rectitud casi perfecta. La luz no llega al suelo por lo que no existe casi vegetación. Estas inmensas secuoyas son las reinas de este espacio y ante su grandeza sentimos nuestra pequeñez. Caminamos entre ellas sin apartar la vista de sus inmensos troncos por los que ascendemos visualmente perdiéndonos entre sus ramas.

Pero el lugar es pequeño y en poco tiempo nos encontramos fuera de este singular espacio. Como nos ha sabido a poco decidimos continuar por una senda donde la vegetación era ya la típica de la zona, hasta que decidimos regresar.

De nuevo en el centro de esta grandiosidad, disfrutamos de este lugar único y especial para regresar a  la autocaravana y poner rumbo a Cabezon de la sal.

Nos dirigimos en primer lugar al próximo  Carrejo dejando atrás Cabezón que vemos muy animada debido a su mercadillo. Aparcamos junto a la carretera y paseamos por sus calles, tranquilas, con un bonito sol iluminándolo todo. Fachadas de piedra, balcones de madera, macetas con blancas calas…

Tomamos la autocaravana para bajar a Cabezón y la dejamos aparcada en las coordenadas que nos indica park4night (43.302799,-4.237370).

Descendimos por la calle principal unos cinco minutos hasta dar con el centro, hoy sábado cuajado de puestos de mercadillo en los que se vendían desde camisetas pasando por tomateras, quesos, chorizos, bollos y pan,  bragas, bolsos...Y entre el mar de cuerpos y caras una me llamó especialmente la atención. Era la de Miguel Angel Revilla, el Presidente del Gobierno cántabro.

Me cae bien este hombre tan vivaracho y parlanchín, aparentemente tan sincero, campechano y con lo que parece mucho sentido común. Justo unas horas antes habíamos estado hablando entre nosotros de que se veía todo muy cuidado y limpio y las  carreteras arregladas y Angel me dijo que parecía querido por su gente y que vivía en un piso (será un pisazo) compartiendo la comunidad con otros vecinos.

Cuando quise procesar lo que veía y responder a la orden de Angel de que le sacara una foto, desapareció y aunque intentamos localizarle fue imposible. Sencillamente se fundió con el paisaje, con sus gentes y no fuimos ya capaces de encontrarle. Como si se le hubiera tragado su tierra. Así que sorprendidos aún y algo decepcionados seguimos con nuestro paseo por ellas calles de la localidad entre los distintos puestos. Compramos pan, un queso de la tierra, unos lazos y algo de fruta.

De regreso sobre las 13,15, nos dirigimos ahora hacia Comillas. Nuestra idea era comer allí y visitar algo.

Pensamos que el cementerio, lugar anotado para nuestra visita, sería un sitio donde fuera posible aparcar con relativa facilidad. Pero cuando llegamos, comprobamos que  aunque sí había aparcamiento estaba algo inclinado, por lo que decidimos hacerle una visita y buscar otro lugar un poco más adecuado para estacionar y comer.

Este curioso cementerio se encuentra en una suave loma rodeado del verdor del césped y pudimos comprobar que era un sitio más que singular.

Es difícil encontrar un calificativo que describa este cementerio gótico, próximo a la costa y con unas maravillosas vistas del litoral.

Levantado sobre una antigua iglesia parroquial abandonada en el XVI, sus paredes han sido aprovechadas para construir nichos. Pero a finales del siglo XIX necesitó ser ampliado y su labor se encargó al arquitecto modernista  Lluís Domènech i Montaner.

La fachada de acceso es muy curiosa así como las tapias que lo rodean. La escultura de un hermoso Ángel Exterminador, obra del escultor catalán Josep Llimona, se ha convertido en todo un símbolo de la ciudad. Esta imponente obra  se sitúa sobre lo alto de lo que queda del transepto de la antigua iglesia  y estaba destinada para el mausoleo del hijo primogénito del Marqués de Comillas pero acabó siendo donado para el disfrute del pueblo. Representa a Abadón, el Ángel del Abismo sin Fondo, figura nombrada en el libro del Apocalipsis.


Hace ya tiempo que dejé de plantearme si visitar un cementerio era de mi agrado o no. Sencillamente me dejo guiar por su interés cultural o artístico sin entrar en otras consideraciones. Así tengo especial recuerdo del  de Montmatre en París, el Central de Viena, o de los cementerios judíos de Praga o de Marrakech, entre alguno más.

Después de disfrutar de este más que peculiar lugar decidimos buscar un lugar cercano para comer. 
Lo creímos encontrar junto a la depuradora pero le di al navegador las coordenadas del posible lugar de pernocta para hoy y tan solo unos cinco kilómetros nos separaban de él, así que decidimos ir allí ya que aparte de permitirnos comer nos podría brindar un lugar tranquilo para descansar.

Se trataba de un merendero o area recreativa al borde un hermoso acantilado, en  Ruilobuca  (43.393032,-4.263051)   . Tapizado de verde, con bancos para comer y también para contemplar el infinito mar Cantábrico que se abre a todo el horizonte. Y según escribo estas líneas me recuerdo una vez más que tengo que fotografiar un  banco en particular, construido en un tronco, al borde del acantilado y que mira a la infinitud del mar.  Pero muy demandado, quizás porque a todos nos gusta disfrutar de la belleza, y aunque esta está en los ojos del que la mira, hay alguna que habla por sí misma, independientemente de los ojos que la contemplen y este rincón era un magnífico ejemplo de ello.  No dejaba de llegar gente a sentarse en él. Luego sabríamos que el banco guardaba muchas hermosas historias, entre ellas la de una pareja que se declaró su amor aquí, según el hermano de uno de los protagonistas.

Ahora pasan ya veinte minutos de las ocho. De los dos espacios habilitados para aparcar nos hemos quedado en el más alejado de este acantilado pero desde donde disfrutamos de unas vistas espectaculares. Y ahora, viendo que los coches no dejan de llegar y que la mayoría se dirigen al espacio del fondo  le tengo que dar la razón a Angel y afirmar que donde estamos  es un lugar más tranquilo.

Pero lamentablemente las nubes han regresado y ha restado no solo luz al día, sino claridad y el mar parece haberse fundido con el cielo reflejando el mismo color gris y distinguiéndose difícilmente los límites de uno y otro. Me temo que no voy a disfrutar de la puesta de sol y si me acerco a hacer la foto al banco, tampoco voy a captar toda la belleza que he podido admirar a las cinco de la tarde, cuando el sol lo bañaba.

Y es que desde aquí gozamos de unas vistas espectaculares. Nuestro parabrisas de abre al acantilado de un intenso verde y al azul del mar, con la costa de lo que debe ser San Vicente de la Barquera, y un poco a nuestra izquierda las blanquecinas cimas de los picos de Europa se recortan en el horizonte.
Después de comer y descansar nos acercamos al borde del acantilado y descendemos por un camino por el que yo creo que ni las cabras transitan, hasta unos metros del borde del mar que hoy parece tranquilo. Me enfado porque no hay nada especial que ver, ni de qué disfrutar y he tenido que emplear mis posaderas para bajar. Me arriesgo físicamente y creo que no tiene sentido, que tenemos que asumir que tenemos la edad que tenemos, estupenda, pero para cuidarnos y no hacer más tonterías de  las necesarias.

Subimos y como el banco no deja de estar ocupado decido compartirlo con una pareja de jóvenes que me hacen un hueco. Junto a nosotros se pone un fotógrafo que coloca su cámara analógica sobre un trípode, añadiéndole el cable con el disparador. Busca su “fotografía”. Y como no, le pregunto. Resulta ser un fotógrafo profesional y me dice que no tiene nada que ver la calidad de una fotografía tomada con este tipo de cámaras con  la de la tomada con una digital y que aún se venden carretes para digitales  y se revela en color aunque en blanco y negro lo hace él.

Dejo el banco, la pareja y al fotógrafo para caminar por una pista cubierta de verde que discurre por el acantilado. Oímos el sordo ruido del mar que debe golpear abajo. Mucha luz  con un sol frente a nosotros que nos impide  tomar buenas fotografías. Nuestra vista abarca el mar, los verdes acantilados y  los picos de Europa.

Regresamos y veo una curiosa imagen que me cuesta procesar ya que parece salida de una película de James Bond aunque con cierto tinte de comicidad: un señor regordete camina vestido con un traje de neopreno, armado de un arpón en una mano de la otra, una bolsa de red que parece contener lo que después comprobé que eran hermosos centollos. Su traje se “remataba” con un cinturón del que  colgaban casi media docena de peces de un considerable tamaño.

Por supuesto que le pregunto. Los peces los ha pescado con el arpón y los centollos los ha recogido del fondo y los ha ido echando en  la bolsa. Ha bajado por donde lo hemos hecho nosotros, se ha metido en el mar y a pulmón abierto se ha ido de pesca. El caso es que hemos visto una especie de boya alargada naranja flotando mientras que estábamos arriba y que ahora asociamos con este  peculiar buzo. El hombre me ha respondido como si fuera tonta con un “pues claro” a todas mis preguntas. En fin. ¡Cuántas cosas ignoro y que poco tiempo tengo para aprenderlas!.

De regreso nos dimos una buena ducha para descansar después debajo de una capa de nubes cada vez más compacta y amenazante y con el hermoso y verde acantilado frente a nosotros cuyas paredes caen verticales a un mar que parece haberse  contagiado también del color gris del cielo.


Día 14 de abril, domingo. Comillas.

Noche tranquila y mañana nublada. Lo primero que hago es acercarme al banco para tomar unas fotografías de este espléndido rincón que ahora disfruta de una merecida soledad. Hago también una panorámica aunque no consigo captar toda la belleza del lugar. La mar sigue tranquila, como ayer y contagiados por esa misma tranquilidad nos disponemos a partir hacia Comillas para visitar “el capricho” de Gaudí.

Hace...ya tengo que hacer cuentas así que es más fácil  decir que en el verano de 1983 estuvimos por estos lares. Acabábamos de aprobar nuestras oposiciones. Se hacía la luz al final del oscuro túnel en el que durante seis largos años habíamos permanecido, sin futuro solo con sueños suspendidos en esta oscuridad.

Así que con el 850 (ahora y para otras generaciones hay que añadir antes del número la marca, “seat”) que nos regaló mi padre y una tienda de campaña canadiense de dos personas en la que nos teníamos que vestir tumbados, con dos sacos de dormir con unas colchonetas de esas de yoga en la que había que pasar la mano por el suelo antes para no coger piedras que molestaran por la noche, una bombona de butano pequeña y el infiernillo...nos “echamos” a la carretera y nuestro destino fueron estas tierras. Y ahora, cuando redacto esto puedo hacer el cálculo de los años transcurridos: 36. Casi dan vértigo.

Y en aquel entonces, 36 años atrás, estuvimos a las puertas de El Capricho, pero entonces, propiedad ya de un  empresario de Torrelavega,  estaba en estado de semi abandono, descuidado, no se visitaba, no había aligustre que marcara sus límites...lo vimos desde fuera, junto a nuestro “seat 850”  y  recordamos que nos pareció  una excentricidad, algo raro. Y también su recuerdo nos trajo su tamaño, muy pequeño.

La historia de este edificio tiene aires de novela histórica, de colores estivales y  con notas de piano y de  ultramar.

La Villa Quijano, popularmente conocida como El Capricho fue proyectada por Antoni Gaudí, y construida entre 1883 y 1885 por encargo del indiano Máximo Díaz de Quijano, enriquecido en Cuba y concuñado del entonces Marqués de Comillas como una villa de verano. Su afición al piano inspiró el nombre de la residencia. Tras la muerte de su primer propietario, El Capricho empezó a ser utilizado como casa de verano por el entorno del Marquesado de Comillas y, más tarde, se alquilaba también a familias acaudaladas de toda España y personalidades políticas.

En el año 1969 fue declarado Monumento Histórico Artístico y prácticamente a la par comenzó su declive y un periodo de abandono por las dificultades del Marquesado para mantener el palacete.

Ocho años más tarde, en 1977, dejó de estar vinculado a los descendientes del Marqués de Comillas y pasó a manos de un empresario de Torrelavega, cuyos  hijos finalmente lo restauraron, para convertirlo en un restaurante que abrió al público en 1989.  Ese periplo duró una década, hasta que en 1999 adquirieron el edificio los propietarios actuales, unos japoneses que mantuvieron la actividad de restauración hasta 2009 y decidieron después transformarlo en el espacio cultural que es hoy.

Aparcamos pasadas las 10 de la mañana cerca del centro en la misma calle y después de cinco minutos andando llegamos a las puertas de los jardines de este más que peculiar lugar.

Y el recuerdo  desdibujado de nuestra juventud era el que trajimos con nosotros.  Este recuerdo  muy difuminado por el paso de los años y por el desconocimiento que teníamos del genial Gaudí, no parecía coincidir nada con lo que contemplábamos ahora. Ya no nos parecía un pequeño palacio o casona deslucida por el paso de los años y el descuido,  con sus extrañas fachadas plagadas de enormes margaritas. Ahora era...una obra de arte, algo  único y cuyo valor, al margen de ser una obra de Gaudi al que admiramos profundamente, era que fue su primera obra.

El Capricho fue la obra de un Gaudí 'treintañero', un edificio colorido, con adornos en cerámica vidriada y con una torre minarete como las que después repetiría en otros de sus trabajos. Esta obra  supuso toda una revolución adelantándose a todas las vanguardias europeas del modernismo que antes que llegara a Barcelona o a otros lugares de Europa, ya estaba en Comillas.

La naturaleza está siempre presente en la obra de Gaudí, y aquí no podía ser menos.

Ahora, rescatada del olvido y la ignorancia, parecía emerger como de un cuento de hadas.

Así que admiramos su exterior, su excéntrica fachada cuajada de enormes margaritas, sus peculiares balcones desde los que colgaban sobre el vacío unos bancos de hierro, su torre cilíndrica elevándose graciosa...para después pasar a su interior e ir desgranando las salas que la componían tan hermosas, peculiares y únicas como su exterior. Y llama especialmente la atención las maderas, los artesonados del techo, los zócalos, sus puertas con un ingenioso sistema de plegado, y como no, la luz y el espacio.

Después ascendimos a la parte superior donde demuestra  su genialidad con los espacios pequeños. Vigas formando tijeras sujetan el techo en un espacio que no resulta para nada agobiante y en otra parte algunos muebles: un banco, sillas, sillones y banquetas. Y es que Gaudi era un auténtico genio en el diseño de mobiliario conjugando casi a la perfección el arte, la funcionalidad y la comodidad.

De aquí descendimos al sótano donde estaban las cocinas y donde encontramos una pequeña tienda. Contemplamos algunas fotografías del estado en que se encontraba esta zona antes de su restauración,  de un abandono completo.  

Después de la visita nos dejamos perder por las calles de Comillas, llenas de rincones encantadores con casonas solariegas de piedra y balconadas de madera que nos hablaban de un pasado esplendoroso, de riqueza  y poder.

Nuestra idea era visitar la Universidad Pontificia pero al pasar por las puertas del palacio de Sobrellano decidimos que también sería interesante su visita. No podemos dejar de olvidar que cuando hace 35 años estuvimos por aquí, paramos en las mismas puertas de la Cueva de Altamira y entonces tomamos una decisión que únicamente la juventud y la incultura puede explicar: no entrar. Años después se cerraría al público y prácticamente es imposible visitarla ahora y desde hace muchos años, al menos en las condiciones actuales.

Pero comprobamos los horarios  del palacio de Sobrellano para ajustarnos. Lo podíamos visitar hasta las 13,30 y por la tarde, y no así la universidad cuya última visita era a las 13 horas, así que lamentando tener que abandonar nuestro estupendo sitio de aparcamiento, establecimos un  orden de visitas que comenzaba en la Universidad para dejar en segundo lugar la visita a este palacio.

El acceso a la universidad se hace por una puerta estrecha y de altura limitada, pero nosotros por nuestro tamaño no tuvimos problema. Después de pagar 2 euros ascendimos por una inclinada y sinuosa carreterita hasta los jardines. Allí adquirimos nuestras entradas y nos emplazaron para unos 20 minutos después en que comenzaría la visita guiada.

De nuestra visita a esta Universidad destacamos la entrada principal y escalera, espectaculares ambas La escalera era única en su época ya que estaba apoyada en un arco enorme y cuando lo proyectó su arquitecto el comentario que surgió fue que sería tan imposible que un arco sin apoyo sustentara el peso de la escalera como que unos ratones pusieran cascabeles a un gato. Pero lo consiguió y en las esculturas ornamentales aparecen los ratones, el gato y los cascabeles.

El  paraninfo es también una estancia muy hermosa .El claustro...bueno, para aprovechar la luz lo han acristalado y las paredes las han enlucido con yeso blanco. Esta parte no me resultó atractiva. Posteriormente  la guía del palacio de Sobrellano hizo su valoración sobre la “restauración” afirmando que no había sido una “rehabilitación”. Ella había conocido  este edificio antes. Nosotros no podemos hablar ni comparar.

Al parecer esta Universidad, ahora propiedad del Gobierno Cántabro y donde se cursan actualmente estudios hispánicos, fue pensada inicialmente por el marqués de Comillas como un centro de estudios para los niños sin recursos pero, la iglesia se atravesó y convencieron al marqués para que fuera lo que fue, un seminario.

Tras la visita paseamos un rato por los jardines y contemplamos la hermosa vista que teníamos desde este punto tan alto de la ciudad. Por un lado la ciudad de Comillas, y por el otro, el Cantábrico. 

Decidimos comer y descansar  y  poco después de las tres bajamos de nuevo para visitar el Palacio de Sobrellano. Y como era de esperar no encontramos sitio donde aparcar donde lo habíamos hecho en la mañana, así que tuvimos que desplazarnos un poco más lejos, pero lo encontramos sin mayor dificultad.

Una vez en su puerta nos encontramos con que las visitas eran cada hora, a “las medias” comenzando a las 15,30. La siguiente no podía ser hasta las 16,30, y así sucesivamente hasta la última a las 17,30.

Eran las 15,45 así que nos veíamos obligados a esperar 45 minutos por lo que me enojé ya que esta información debería estar junto con los horarios de visita, en la entrada principal a los jardines. El  buen tiempo  que nos acompañaba sumado a un agradable entorno nos invitó a esperar tumbados sobre el césped lo que disipó algo mi mal humor.

Casi puntualmente accedimos al interior y puedo afirmar que la espera mereció la pena.

El palacio es elegante y toda una preciosidad. Al parecer el marqués actual lo vendió al Gobierno Cántabro en un precio “simbólico” ya que le ofrecían mucho más por venderlo a un particular que lo convertiría en un hotel. Y visto su interior...un hotel de lujo, de esos en los que la mayoría de los mortales no podríamos si no oler.

El palacio de Sobrellano y su Capilla-Panteón  de estilo neogótico, fueron diseñados por Joan Martorell, maestro de Gaudí, bajo el encargo del  Marqués de Comillas, hombre de origen humilde y hecho así mismo de historia novelesca ya que al morir su padre, su madre se vio obligada a pedir la ropa para sus hijos en la beneficencia, así que cuando cumplió 14 años marchó para Cuba donde comenzó a hacer negocios y al casarse con la hija de una rica familia su dote le permitiría hacerlos mayores llegando  a ser propietario de navieras  como la compañía trasatlántica, y de bancos, creando el hispano americano, entre otras empresas importantes, regresando a los 36 años  a Comillas inmensamente rico. Al parecer el rey Alfonso XII le pidió ayuda para enviar tropas a Cuba y como agradecimiento le concedería el marquesado.

El Palacio fue  ideado como residencia de verano del Marqués y la Familia Real y las obras comenzaron a finales del siglo XIX.

A la entrada nos recibe una majestuosa escalera de alabastro de doble tiro iluminada a través de una claraboya de vidrieras policromadas. Después paseamos por las distintas estancias de la primera planta: la sala de billar, el comedor, la biblioteca, la sala del trono, y todas ellas presentan unos artesonados espléndidos y unas chimeneas espectaculares de materiales nobles, como roble, ébano así como puertas de nogal.

Pero sin duda, la sala más sobresaliente de todas es  el salón central o del trono por su artesonado y las paredes decoradas con pan de oro. Las  vidrieras son de gran belleza y colorido y las pinturas murales narran los acontecimientos más significativos del marquesado.

Mobiliario al parecer queda muy poco ya que su propietario se lo llevó, no solo porque eran artículos personales, si no también muy valiosos ya que entre ellos se encontraban cuadros de valor incalculable. Parece que prefiere el clima seco y soleado del sur (Cádiz)  que el de estas húmedas tierras.

Las estancias de la primera planta, habitaciones inicialmente, albergan alguna exposición puntual y las de la última, eran las habitaciones del servicio.

Terminada la visita contemplamos fotografías de la época y nos fijamos especialmente en una en la que aparece la “casetilla” donde el rey se bañaba. Según nos cuenta la guía estaba mal visto ver al soberano con las piernas al aire, así que el marqués diseñó una caseta grande que se situaba en la playa. Allí entraba y se ponía su bañador. Luego la caseta se desplazaba por unos railes hasta el interior del agua y allí  podía bañarse escondido de las miradas de cualquiera. Cuando terminaba su baño, dos mulas tiraban de la caseta hasta la playa, así que cuando salía de ella  estaba ya vestidito. No deja de sorprenderme cómo han cambiado las cosas en no llega a siglo y medio.

Después nos acercamos a visitar la capilla panteón concebida como una catedral a pequeña escala, con su girola, en donde se encuentran los mausoleos de la familia. Destaca el órgano, las vidrieras y las esculturas, una en particular de un cristo yacente absolutamente admirable por el realismo de todos sus detalles.

Y el toque de Gaudí también lo encontramos en  el confesionario y los bancos que fueron diseñados por él. Así que allí estuvimos sentados sobre ellos, escuchando la explicación de nuestra guía y tengo que decir que por el simple hecho de estar sentada en algo tan extraordinario ya mereció la pena. Y ciertamente resulta todo muy ergonómico ya que el banco tiene una curvatura  que se adapta muy bien a nuestra anatomía así como el reclinatorio.


Y dimos por terminada nuestra visita a esta localidad. La habíamos dedicado un día casi completo ya que eran las 17.30, y aunque habíamos disfrutado de mucha tranquilidad, tampoco desperdiciamos el tiempo, exceptuando los cuarenta y cinco minutos de espera para visitar el palacio de Sobrellano.

Si en un principio habíamos decidido dirigirnos al área de Cobreces, después cambiamos de opinión. Necesitábamos cargar y descargar agua, pero consideramos que el sitio no iba a ser mejor que donde habíamos pasado la noche anterior que estaba a medio camino, a cinco kilómetros de Comillas y a otros tantos o menos de Cobreces, así que decidimos en última instancia regresar al acantilado de  Ruilobuca.    Mañana iríamos a visitar la cascada de El Bolao, próxima a esta área, si el tiempo lo permitía ya que estaban previstas lluvias, y luego haríamos las labores de abastecimiento y limpieza necesarias.

Así que aquí estamos otra vez, casi en el mismo sitio de ayer aunque hoy lo hacemos acompañados de un grupo de tres autocaravanas más  que a pesar de ser domingo por la tarde, se han incorporado a este bonito lugar. Y la paz del lugar se acabó ya que son familias con niños pequeños que corren y gritan como niños que son. A la parte de abajo, más cercana al acantilado, han llegado también tres más, pero ayer comprobamos que era un sitio muy atractivo para los turismos y hasta entrada la noche no dejan de venir y aparcar allí así que aquí decidimos no movernos.

Esta noche casi ha habido “completo”. En la parte baja han pernoctado unas cuatro autocaravanas y en la superior, donde estábamos nosotros, éramos también otras cuatro más. Sorprendente para ser un lunes.

Día 15 de abril, lunes.Comillas- Cascada de El bolao-Santillana del Mar-Barcenaciones-Cobreces.

La mañana ha amanecido bajo una capa gris, pero sin la  lluvia pronosticada, así que aprovechando su ausencia, nos hemos levantado y sin pausa hemos puesto rumbo a nuestro primer destino de hoy: la cascada de El Bolao que hemos encontrado un poco antes de Cobreces siguiendo las indicaciones del navegador.

Por un camino estrecho, con buena visibilidad y asfaltado inicialmente y luego de gravilla suelta y en muy buenas condiciones,  nos hemos dirigido hasta su final, una especie de fondo de saco. Allí, en completa soledad, hemos dejado la autocaravana (43.398120; -4.200011) para descender por un camino ancho a la desembocadura del rio. Cuando hemos llegado a las ruinas de lo que en su día fue un molino, hemos descendido con cuidado para poder contemplar esta curiosa cascada en escalera que sin ser una maravilla, es bonita y merece la pena dedicarle unos minutos sobre todo porque no es difícil llegar a ella y se invierte poco tiempo. Añadir que el espacio para aparcar es muy reducido por lo que mejor evitar fiestas o fines de semana.

Frente a nosotros, en la parte superior del acantilado, vemos un banco que debía tener una vista maravillosa de la costa, pero no hubo manera de llegar a él desde donde estábamos ya que no podíamos atravesar el río así que nos conformamos con contemplar el trozo de costa que teníamos más cerca, hermoso también y regresar.

Intenté llegar por otro sitio a ese banco tan especial, pero nos encontramos con caminos asfaltados muy estrechos. No merecía la pena, así que continuamos nuestro ruta hasta Santillana del Mar, la villa de “las tres mentiras” ya que ni es santa, ni llana ni tiene mar.  a donde llegamos alrededor de las 11.

Y ya había mucha gente. Nos enviaron al aparcamiento para autocaravanas, cerca del de autobuses y después de cinco minutos escasos andando nos adentramos por la calle principal de esta bella localidad cántabra.

Paseamos por esta hermosa villa medieval, disfrutando de sus casonas de piedra con sus balcones de madera que se asomaban a los peatones que curiosos, caminábamos de un lado a otro de la calle escarbando con nuestros ojos entre los distintos productos locales que los pequeños comercios ofrecían  como quesadas, corbatas, anchoas...cerámica, chorizo y distintos suvenires.

Así, perdidos entre piedras, casonas y hermosos rincones caminamos hasta que llegamos frente a la colegiata. Su fachada sur apareció ante nuestros ojos, con su torre circular y lo que es su entrada principal, una puerta con arco de medio punto con cinco arquivoltas simples. Pocos recuerdos tengo de ella que se remontan a 1983. Prácticamente solo uno, comprar una quesada en una casa que estaba a mano izquierda frente a la Colegiata. Era la primera vez que viajábamos por nuestra cuenta, y como nuestros ingresos (casi nulos) en aquella época no nos permitieron hacerlo de otra forma,  decidimos hacerlo en una pequeña tienda canadiense, como ya he contado. Fueron los inicios de esta forma de viajar.

Y me voy a permitir un breve paréntesis para recuperar recuerdos.

El siguiente verano, con nuestro recién comprado Renault-11 y la misma tienda, iniciamos un recorrido de unos 6.000 km por Francia, que nos llevaría hasta París subiendo por la costa Atlántica. Luego vendrían otros lugares, como el valle de Aosta, al norte de Italia, Suiza;  Italia, ya con una tienda un poco mayor que compramos en Andorra para terminar lo que sería nuestra incursión juvenil en el apasionante mundo de los viajes con uno a Grecia, pero esta vez ya en avión y alquilando un cochecito en el que recorrimos todo el Peloponeso y llegamos a Meteora y Delfos, alojándonos sobre la marcha donde podíamos.

Y de allí vendría nuestro primer hijo por lo que después cambiaríamos nuestras vacaciones “nómadas” por otras más “estables” en playa y pueblos. A los tres años, llegó el segundo, y continuamos en la misma dinámica. Las playas de la Costa Brava (Pals) y Guardamar de Segura nos acogieron durante algunos periodos estivales. Luego empezamos a movernos un poco más, y llegó Castellón y los Pirineos, en lo que entonces comenzaba y ahora está tan de moda, el turismo rural, aunque la oferta era muy limitada y más difícil de encontrar.

También llegaron unos días en Tenerife y La Gomera, también en casas mediante este mismo sistema hasta que un año nuestro hijo mayor, con creo recordar 13 años, nos dijo que quería conocer Venecia. Me quedé sorprendida y nos pusimos manos a la obra comprando una “tienda iglú” donde cupiéramos los cuatro y en nuestro Toyota carina, al que le pusimos en la parte superior un maletero “Thule”, recorrimos Suiza de Oeste a Este, algo de las Dolomitas para terminar en Venecia.

Y hay algo que aún no puedo olvidar de este viaje –al margen de lo incómodo que resultaba tener que cocinar para cuatro personas y montar y desmontar la tienda de campaña casi todos los días…con unos años más-  y fue la cara de David cuando desde el Lido de Venecia nos trasladábamos en barco a Venecia y el Gran Canal y la plaza de San Marcos se fueron  abriendo y acercando a sus ojos. Su cara era un poema: entre la sorpresa y la incredulidad sus ojos trataban de asimilar y comprender lo que a ellos se iba asomando. Siempre recomendaré como mejor forma de contactar por primera vez con esta ciudad única hacerlo en barco, desde el Lido o cualquier otro punta que permita llegar justo frente al Gran Canal y la hermosísima plaza de San Marcos.

Al verano siguiente tendríamos ya una camper, la VW california, de segunda mano, pequeña, ágil y suficiente para nosotros aunque ahora, cuando lo miro con mis años me pregunto cómo entrábamos allí los cuatro con todos los “aparejos” y ropa y la incomodidad de carecer de ducha –sí disponíamos de wáter- lo que nos obligaba a visitar los camping con relativa frecuencia,  y es que en ella recorrimos durante 20 y 30 días, Grecia de nuevo, Reino Unido, Chequia, Francia y Holanda…Entonces la altura de Raul le permitía estar de pie en ella. Pero los niños crecieron así que en unos años pasamos a otra camper mayor, nuestra Adria van space nueva, en la que la incorporación de un baño fue un lujo y un gran avance para nosotros. Alemania, Austria, Croacia, Eslovenia, Noruega, Irlanda o Polonia fueron recorridos veraniegos hasta que el accidente en el verano del 2012 rompió el sueño, que reanudamos con esta en la que viajamos por última vez y en la que hemos recorrido Dinamarca, Sicilia, Francia, Alemania, Italia y regresado a Noruega. Y entre medias, innumerables escapadas por España y Portugal, con todas ellas.

Ahora, con la venta de esta y la cercana adquisición de otra, así como mi próxima jubilación, abriremos  otra etapa. Y es curioso como las distintas autocaravanas han ido marcando nuestras distintas épocas: la tienda, la juventud; la VW california la relativa infancia de nuestros hijos; la Adria Van, su juventud y nuestra madurez; y la Hobby el “abandono” de nuestros hijos y ya el comienzo de nuestra vejez.

Y después de este viaje en el tiempo, regreso a Santillana del mar, a su Colegiata.  

Entramos al claustro del siglo XII para disfrutar de la sencillez y belleza del románico, belleza algo “enturbiada” por un belén navideño que se habían empeñado en no desmantelar y que ocupaba un lateral de este claustro. Y no me gustó, primero porque parecía fuera de lugar,  segundo, porque a mi juicio, no tenía ningún valor especial que motivara que cuatro meses después permaneciera aquí  y por último, y quizás el principal motivo:  para protegerlo de la lluvia habían puesto unos vulgares plásticos que tapaban los huecos y que caían desde el tejado hasta el suelo. Un poco chapucero desmereciendo la belleza e historia de este claustro. Cierto que era en el lado menos agraciado, pero no lo justificaba.

No obstante disfrutamos de este hermoso conjunto románico, con  sus capiteles que poseen un repertorio iconográfico muy amplio abarcando elementos decorativos utilizados en la época, florales, geométricos y figurados de temática narrativa, sustentados sobre dobles columnas aunque también los hay sobre cuatro. Y  los arcos en su mayor parte de medio punto aunque alguno ya es apuntado

Aunque lo más destacable era el claustro, también disfrutamos de la iglesia, por turnos, al igual que en el claustro, ya que al venir la peluda con nosotros tuvimos que alternarnos.  Pasee por sus naves, admirando su belleza y sencillez  hasta relevar a Angel.

Y de allí continuamos perdiéndonos por pequeños rincones que no solo encontrábamos nosotros, sino los demás turistas, así que  tuvimos que compartirlos, hasta recuperar de nuevo la arteria principal de la localidad por la que continuamos deshaciendo el camino que habíamos traído sin dejar de disfrutar de la armonía y elegancia de esta ciudad.

Con unas quesadas bajo el brazo para compartirlas con nuestros hijos, regresamos a la autocaravana. El tiempo seguía nublado, pero no llovía así que siendo solo las 13 horas nos pareció muy pronto para quedarnos en el area de Las Hazas en Cobreces, donde pensábamos refugiarnos de la amenaza de lluvias fuertes que daban ya, la AEMET a partir de las 12 y la página de eltiempo.es a partir de las 14, así que decidimos regresar por Barcenaciones, no sin temor por tener que circular por carreteras secundarias y nuestra experiencia de las carreteras asturianas nos decía que suelen ser estrechas.

Descubrimos Barcenaciones desde arriba, desde la carretera y nos pareció un lugar al que dedicarle unos minutos paseando. Así aparcamos a la entrada y nos adentramos por sus solitarias calles en vivo contraste con las de Santillana, descubriendo unas casonas bellas, sobrias y elegantes, de piedra, con sus balcones de madera algunas, con enormes porches bajo ellas y otras sencillamente, sin ellas.

Pero lo que nos resultó más peculiar fue que todas estaban rodeadas de jardines con un vallado  de piedra. Así nuestros ojos iban de una a otra mientras que paseábamos por sus calles, planas, y delimitadas perfectamente por estos muros de piedra a ambos lados. En el interior de estos muretes, casonas en el centro de verdes jardines. Tranquilidad, armonía, limpieza...un placer pasear y disfrutar además de lo que no pudimos gozar en Santillana, de soledad. Así que desde estas líneas aconsejo dedicarla unos minutos.

Cuando terminábamos de dar nuestro paseo, cinco minutos antes de las dos, comenzó a llover, así que ahora ya teníamos motivo más que suficiente para regresar al area de autocaravanas. Ya casi no teníamos agua y el depósito de grises estaba también a rebosar, así que pusimos rumbo directo a Cobreces.

Y tengo que decir que nuestro temor sobre las carreteras cántabras se diluía según circulábamos por ellas. Pese a ser secundarias tienen un ancho más que suficiente y el firme está muy cuidado. Sin ofender a nadie, poco tienen que ver con las asturianas. Así que sin nada que destacar y acompañados ya por una lluvia intensa y persistente llegamos al área de Las Hazas, situada muy cerca de la carretera general, pero en medio de prados verdes (43.38889; -4.210734).

A  nuestra llegada encontramos tres autocaravanas y ahora, media hora después de las 20 horas, somos más de una decena, casi todas, excepto nosotros y otra más, extranjeras. Supongo que tener Santander cerca donde desembarca el Ferry de Inglaterra tiene algo que ver. El sitio es estupendo y tranquilo.

Después de comer y descansar, siempre con lluvia, nos dimos una estupenda ducha en un pequeño “quiosquillo” más que digno con un wáter, un lavabo, una lavadora, una secadora y una ducha. Sencilla pero funcional y estupenda incluida en el precio, además de alguna que otra revistilla para acortar la espera si coincidimos con alguien que  la esté usando.

Después de la ducha pareció escampar y aprovechamos para salir a una tienda cercana que vendía quesos, pero...la encontramos cerrada y comenzó a llover de nuevo así que regresamos y todavía siguió lloviendo. La monotonía del golpeteo de la lluvia solo fue sido rota cuando pusimos la radio  para oir como la catedral de Notre Dame de París estaba en llamas. A través de internet intentamos acceder a las imágenes pero la señal de wifi no era muy buena en la esquina donde estábamos, así que la  retomamos con mi teléfono.

Y al ver como las llamas devoraban este lugar único y tan emblemático, que guarda tanto a través de los siglos y que también forma parte de nuestros recuerdos, se nos ha encogido el alma. Contemplamos en silencio como la aguja se desploma y Angel y yo nos hemos mirado para decirnos que nunca jamás volveremos a ver este lugar, testigo de dos fases distintas de nuestra vida.

La conocimos en lo que sería nuestro primer viaje fuera de España. Hablamos de finales de los 80, creo que tendría  unos 26 años. Aquel verano comprobaríamos que “los pueblos más bonitos del mundo” no estaban en España. Saldríamos del “gris”, para entrar en el “color” de una Europa desconocida para nosotros y a otro ritmo distinto y que nos descubriría paisajes y gentes apasionantes. Perdimos el miedo a traspasar nuestras fronteras y sería el germen de lo que llevamos haciendo ahora de manera continua 18 años con más de 200.000 km a nuestras espaldas.

Y regresamos de la nostalgia y la tristeza a los verdes paisajes asturianos aunque no dejó de llover hasta entrada la noche. 


Día 16 de abril, martes. Cobreces-Ubiarco (ermita de Santa Justa)- playa de Tagle-Suances-Dunas de Liancres

Amaneció un día limpio y claro, con un cielo azul y un luminoso sol que invitaba a pasear.

Nunca como ahora había comprobado la labor de “limpieza” de una buena tarde lluvia. 

Así que después de desayunar nos acercamos a  la cercana panadería que ahora sí que estaba abierta. Allí encontramos al señor panadero, como Vicente en mi pueblo, con sus panes metidos en cestos de mimbre y en su propio horno. De nuevo contemplé imágenes de mi adolescencia, en el horno de leña de Encarni y de Vicente junto a la casa de mis padres, en el pueblín de mi madre, en Avila. Le compramos una barra y nos acercamos a la quesería donde compramos un queso curado de vaca. Me extraño la indumentaria del comerciante. Por encima de una bata blanca le sobresalía una capucha negra. Aquello no me encajaba. No creía que un señor entrado en canas,  llevara la sudadera de un adolescente hasta que me di cuenta  de que era un fraile. ¡Así que los monjes trapenses que viven en el monasterio cisterciense hacen quesos de vaca!. Vaya, vaya….El más mayor confesó su elevada edad y dijo que ya no le importaba irse, que no le gustaba lo que estaba pasando en este mundo. ¡Y como coincido con él en muchos, muchos aspectos! No sé si eso es un signo de vejez, eso de decir que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”, pero lo cierto es que me ocurre con relativa frecuencia. En lo que ya no coincido es en que, a pesar de todo, yo quiero estar aquí un pelín más. Es más lo que me gusta, que lo que me disgusta.

Con el queso debajo del brazo y una barra de pan, regresamos al área no sin antes ascender hasta las ruinas de una iglesia que se encontraba en lo alto de la loma. Curiosa de ver. Al igual que en Comillas la han aprovechado como cementerio. En realidad lo único que ha perdido ha sido la techumbre  conservando los restos de sus tres naves y los ábsides aunque la humedad los está devorando. Leemos que formaba parte del camino de Santiago y data del siglo X. Siempre me produce mucha tristeza resignarnos a perder nuestro Patrimonio.

Regresamos  y nos despedimos de su dinámica dueña. Ayer, ante mi pregunta de cómo se la había ocurrido hacer esta área, me respondió que  al motivo se le llama “necesidad”. Propietarios de una empresa de construcción, la crisis les obligó a ir despidiendo empleados teniendo que pasar de “empleadores” a “empleados”. Mientras trabajaban en la huerta veían como pasaban autocaravanas por la carretera en un ir y venir, e imaginaron este lugar, hasta que lo hicieron realidad. Lástima que comenzara a llegar gente por lo que tuvimos que dejarla trabajar, pero desde estas líneas decir que es un sitio muy agradable totalmente aconsejable y felicitar por su iniciativa y dedicación a su dueña que la mantiene cuidada y atendida con todo su cariño. ¡Ojalá disfrutáramos de más sitios como este en nuestro país!, porque sigo siendo partidaria de las áreas privadas y de las públicas… de pago.

Esta sería su contrapunto. Cuando Aguilas disfruta del  privilegio de tener unas hermosas playas y calas  sin urbanizar que en invierno  son escasamente  visitadas por el turismo clásico, sí lo hacen las  autocaravanas, y sin control.  Esto ha originado dos paisajes completamente distintos: una área creada en una gasolinera, junto a la carretera, rodeada de una malla metálica y donde solo se ve el asfalto y la carretera, por tanto, con escaso o nulo atractivo, al menos para nosotros,  y por otro, las autocaravanas estacionadas en sus hermosas calas. Y si bien la gran mayoría no da mayores problemas, sí algún vecino se ha quejado de alguna puntual que viajaba incluso con sus gallinas que andaban por la playa.

Y aquí voy a hacer un “inciso reivindicativo” a favor de las áreas, públicas o privadas, pero de pago, en bonitos sitios, playa o montaña,  que inviten a quedarse y no a salir corriendo y que estén reguladas y controladas. Pagar por ello nos puede garantizar  una buena ubicación, cercana a poblaciones que ofrecen sus distintos servicios a los turistas y en bonitos lugares en los que apetezca permanecer garantizándonos además su regulación adecuada y su control, evitando este tipo de turismo tan indeseable que perjudica a todos los niveles, principalmente a nosotros mismos. Seríamos una fuente más de riqueza para la zona, bien por el pago de la tasa por estacionar, por utilizar los servicios de llenado y/o vaciado además de por el gasto que realizaríamos mientras allí permaneciéramos en temporada baja cuando el turismo de otro tipo escasea. Seríamos vistos como un turismo a proteger y potenciar y no a expulsar.

Pero incluso, si no se pueden ofrecer todos  estos servicios juntos, al menos regular y controlar espacios solo de estacionamiento y pernocta para autocaravanas cobrando una cantidad por ello y si es posible, ofrecer los otros servicios en otro punto más o menos cercano. Me aterra pensar que todo el incremento que en los últimos años se está produciendo de nuestra forma de viajar  aumente el número de malos usuarios y esto  suponga que terminen por “encerrarnos” en espacios vallados donde no se tenga en cuenta factores como la cercanía o no a poblaciones o lugares de interés o lo que es más importante, variables como tranquilidad del sitio, o belleza del mismo. Porque en nuestro querido país pasamos de la anarquía absoluta, a la prohibición, saltándonos la “regulación” y el control. Quizás, porque es más fácil prohibir que regular y controlar.

Ahora ya, después de estas reflexiones, pusimos rumbo a la playa de Ubiarco a la ermita de Santa Justa.

De nuevo nos sorprende una carretera asfaltada, estrecha pero con buena visibilidad y al final un aparcamiento donde hay un area recreativa y un kiosco cerrado (43.422985; -4.099097)

Al fondo, cobijada bajo una enorme roca, descubrimos la curiosa ermita de Santa Justa. La playa, a sus pies, es pequeña, recogida y de transparentes aguas, algo agitadas hoy, donde el intenso azul se mezcla con el blanco de la espuma de las olas al romper.

Hay un pequeño puente que atraviesa el arroyo y ascendemos hacia la ermita por una pequeña e inclinada senda que trepa por el acantilado. La ermita  está construida en una oquedad de la roca que parece protegerla.

De allí seguimos ascendiendo hasta la torre de San Telmo desde donde contemplamos unas espectaculares vistas de la costa oeste cántabra con los Picos de Europa dibujados al fondo cubiertos de blanca nieve. Parece un escenario de película, a veces, casi irreal,  ya que frente a mí contemplo en un mismo plano la playa, prados verdes, el mar de un azul intenso y al fondo las crestas manchadas de blanco de los picos de Europa, y solo las crestas ya que sus pies están como diluidos o desdibujados por algún curioso efecto óptico así que parecen emerger de la nada.

Hacia el este, a nuestros pies, la playa de Tagle pequeña, de doradas arenas que invita a dar un paseo, así que no  pudimos resistirnos y nos dirigimos hacia allá.

Al igual que para la playa de Ubiarco, una carreterita asfaltada y en un buen estado nos conduce hasta el aparcamiento. Hay gente que disfruta del soleado día, unos pescan, otros pasean, otros toman el sol. Nosotros la recorremos de lado a lado y la dejamos para dirigirnos ahora a Suances a su casco viejo que leemos que es interesante.

Dejamos atrás las playas de esta localidad para subir directamente al casco viejo,  pero cuando llegamos  nos encontramos con “día de mercadillo”. Y temí problemas para aparcar, pero  después de dar alguna vuelta y meterme por una calle, encontramos sin dificultad un hueco. Nos dirigimos al mercadillo donde compramos, como no, más queso y unas fresas y preguntamos por el barrio de Cuba, pero unos no saben y otros nos dirigen al lugar donde habíamos aparcado. Decidimos que no debía de tener gran interés y abandonamos esta localidad.

Como era pronto decidimos acercarnos a  la zona de las dunas de Liancres y es aquí donde estamos ahora, en uno de los dos aparcamientos de la playa de Canallave (43.450188; -3-962295)

Estamos en un Parque Natural por lo que en teoría la pernocta no debería estar permitida. Pero cuando comíamos vino un coche de la guardia civil  haciendo su ronda y cuando les pregunté  respondieron que no había problemas. Había varias camper algo cutres y un par de autocaravanas más. También un kiosco que sirve comidas. El sitio parece muy tranquilo y decidimos quedarnos a pasar la noche.

Después de comer dimos un paseo por la playa de Valdearenas, contigua a la de Canallave,  enorme, que si no hubiera sido por el viento que casi castigaba, hubiera sido perfecto: arena dura, dorada, y playa plana cerrada por las dunas. Hacia el otro lado, hacia el este, partían también senderos que debían de ir por encima de acantilados, pero una vez de vuelta, Angel dice que estaba ya cansado y lo dejamos.  Desde el aparcamiento, un poco inclinado, disfrutas de  unas buenas vistas.

Mañana daremos por terminado nuestro...último viaje con nuestra hobby. Pondremos ya rumbo sur hasta Fromista. Mi idea sería visitar una de las dos iglesias que nos dejamos en nuestra ruta por el románico próximo a Aguilar de Campo:  Santa Maria de Cozuelos y Rebolledo de la Torre,  (http://angeles-palencia-norte.blogspot.com/  “la cesta de cerezas, entre lo divino y lo humano”)  parando antes en Torrelavega aunque no consigo saber si la visita a esta localidad tienen interés o no. Mañana decidiremos.

Y mientras escribo veo las olas rompiendo en la playa. Enormes y como hace viento, según rompen se desgajan  formando un tenue velo blanco en sentido contrario a la espuma blanca al romper. Es hermoso.


Día 17 de abril, miércoles. Dunas Liancres- Estelas de Barros-Fraguas-Rebolledo de la Torre-

Y sin pensarlo, hemos terminado lo que teníamos pendiente y el círculo “se ha cerrado”. Curiosa coincidencia.

Estamos en Palencia después de visitar Santa Eufemia de Cozuelo y Rebolledo de la Torre, ambas iglesias románicas cercanas a Aguilar de Campo. Era la tercera vez que andábamos por estos pagos. La última en el otoño de 2016 en que dedicamos varios días al románico de esta zona (http://angeles-palencia-norte.blogspot.com/ “La cesta de cerezas. Entre lo divino y lo humano”)

Y entonces me fascinó. Estuvimos visitando ermitas románicas a cada cual más bella, más encantadora, más...divina pero  una circunstancia adversa y el tiempo no nos permitió ver estas dos pequeñas iglesias quedando pendientes y ahora, hemos concluido. Es curioso. Bonito broche para la que ha sido nuestro hogar sobre ruedas durante siete años.

Pero regreso a la mañana. Amaneció un día algo nublado. El sol escondido detrás de nubes blancas. Después de desayunar bajamos a la playa a dar un corto paseo. Solos. Marea baja, enorme playa, llana, limpia, lavada por el oleaje. Y no deja de fascinarme contemplar en el mismo plano, la  arena brillante mojada por el oleaje, el azul del mar mezclado con el blanco de la espuma y al fondo las cimas pintadas de blanco de los Picos de Europa.


Y marchamos. Ponemos ya rumbo al sur. Paramos primero en Viérnoles ya que había leído que era un conjunto bonito. Bueno, pues sí, pero no excesivamente.

Pero lo que sí nos mereció la pena fueron las Estelas de Barros que se encuentran en un parquecillo junto a la carretera, al lado de una iglesia, tapiadas y techadas (43.276427; -4077591). Parece que hace años sufrieron daños por una gamberrada así que las observamos a través de una ventana en la pared. Impresionantes ambas, sobre todo la primera de ellas que es una enorme pieza entera. La otra aunque del mismo tamaño, está compuesta de cinco fragmentos reunidos. Su cronología es todavía bastante controvertida aunque parece que fue realizada entre los siglos I al III d.C. y han sido interpretadas como monumentos funerarios. Ambas están  labradas por ambas caras, una de las cuales forma parte del escudo de la comunidad autónoma de Cantabria.

De aquí ponemos rumbo a Fraguas.

Aquí dos sitios atraen nuestra atención: una especie de templete que llaman “el partenon” y la casa donde se rodó “Los otros”.

El Parthenón o iglesia de San Jorge es una especie de templete similar al parthenon, aunque otros dicen que es una “Madelaine” en pequeñito, y que se erige en una loma, por lo cual es muy visible desde lejos. Es, al parecer  el panteón de los dueños del palacete que está frente a ella y  que edificaron sobre una iglesia románica.

Y este palacio  resultó ser donde se rodaron los exteriores de la película de “Los otros” en el 2001 y dirigida por Alejandro Amenabar. Se trata del Palacio de Los Hornillos, edificado a finales XIX  y que posteriormente inspiraría al Palacio de la Magdalena. Ambos palacios comparten además de arquitectura el hecho de ser residencia de Alfonso XIII, que solía disfrutar de temporadas en el Palacio de los Hornillos antes de terminar el Palacio de la Magdalena de Santander.

Así que aparcando junto al cementerio y esta singular construcción llamado popularmente “Parthenon” (43.187431; -4058483) pudimos contemplar ambos edificios desde el exterior.

Y ya desde  aquí descendemos directamente hacia Burgos y Palencia.

Nos dirigimos en primer lugar a Rebolledo de la Torre. Dejamos la autovía y circulamos por carreteras secundarias castellanas. Y nos preguntamos cómo es posible que haya tanta diferencia entre el estado de conservación de las carreteras de Cantabria y las castellano-leonesas. Parece que estamos en otro país y no en otra comunidad autónoma de la que nos separan pocos kilómetros. Y es que aquí rodamos por carreteras estrechas y descuidadas. Nada que ver con las cántabras.

Y llegamos a Rebolledo. Preguntamos si nos pueden abrir la iglesia y nos dicen que preguntemos en una casa a la entrada del pueblo, a la derecha. Y ya en esa casa y a través de una ventana nos atiende una señora que se afana en echar leña en su cocina para hacer la comida. De nuevo, otra imagen de mi infancia ya que era la misma  cocina que tenía mi madre cincuenta años atrás cuando nos fuimos a vivir a Carabanchel.

Nos dice que la persona que tiene las llaves no está y que no tardará en regresar. Como insisto en saber cuánto tengo que esperar, le llama por teléfono y nos dice que unos quince minutos. Y la mujer me cuenta que hace pocos días ha  perdido a su marido y esta “como perdida”.

 Subimos hacia la iglesia que encontramos en lo alto de una loma pero en el mismo pueblo, rodeada de casas. Tiene una hermosa galería porticada que es una belleza con capiteles bastante bien conservados.
Rebolledo de la Torre
En Sta. Mª de las Henestrosas

En uno distingo algo que me resulta familiar de cuando estuvimos visitando esta zona, Sansón con su coleta al viento, sobre el león. La misma que vimos en Santa Maria de las Henestrosas, en un capitel interior y también soy capaz de distinguir la cigüeña con una serpiente enrollada en su cuello en un canecillo, la misma imagen que en otro canecillo de Vallespinoso de Aguilar. Parece que el escultor o tenía poca imaginación, o le resultaba más fácil esculpir una y otra vez la misma figura  o quizás  fuera su firma particular. Curioso.
Vallespinoso de Aguilar
Rebolledo de la Torre

Esperamos a Roberto que tarda en venir más de esos quince minutos, pero al final llega y nos abre. Su interior es posterior a la galería porticada y tiene el ábside cubierto de frescos que corresponden al XVIII, pero es hermosa aunque lo mejor desde luego es la galería exterior, una auténtica joya que 

disfruto ahora desde dentro, a contraluz. Otra familia llega mientras que estamos dentro y aprovecha su apertura para visitarla.
























Partimos ahora rumbo hacia Santa Eufemia de Cozuelos a donde llegamos media hora pasadas las 13 horas. Una señora nos espera y la pregunto si voy a poder ver la iglesia,… ¡por fin!, respondiéndome afirmativamente. Parece que “a la tercera va la vencida”

Traspasamos el portal para entrar en un recinto cerrado que tiene  una pequeña iglesia románica frente a nosotros. Pero el complejo está formado por más edificios como una pequeña casa de piedra hecha con los sillares de lo que un día fue el monasterio, así como más casas que alquilan como viviendas de turismo rural y un comedor para eventos varios, como celebración de bodas. Dentro del recinto un cuidado césped que hace que el lugar sea muy agradable para cualquier tipo de celebración.

Nos dice que visitemos todo por nuestra cuenta  que hay carteles en el interior y así lo hacemos.
Aunque sus orígenes son pre-románicos del siglo X, esta iglesia  lo fue de un antiguo monasterio benedictino perteneciente a la Orden de Santiago y data del siglo XII. Son los restos de lo que fuera Real Monasterio de Freiras Comendadoras de Santiago.

Su máximo esplendor lo alcanza en el XIII siendo abadesa Doña Sancha Alfonso, reina de León durante 47 días, y que abdicó en favor de su hermano Fernando III El Santo. Doña Sancha es enterrada en el sepulcro a la izquierda del crucero, adornado con espada, leones y flores de lis, cuerpo que es trasladado en el siglo XVII.  En el lado derecho se encuentra  la tumba de un caballero cruzado.

En un lateral de esta pequeña iglesia hay  pequeño museo con trozos de capiteles y fustes y en especial un hermoso capitel que representa las tres marías yendo a la tumba de Jesús con sus copas de bálsamo y por el otro representa la muerte de un personaje principal llorado por las plañideras y flanqueado por los condes obispos mientras desde lo alto la mano de Dios se lleva el alma del difunto

A la salida leo una breve reseña que informa de que esta iglesia perteneció a la Orden de los Caballeros de Santiago, que se casaban pero mantenían votos de “castidad conyugal”. Era la primera vez que leía esto y desconocía qué era eso de “castidad conyugal” así que para saciar mi curiosidad acudí de nuevo a google que me dice que se trata de profesar la castidad en determinadas épocas del calendario católico haciéndolo ambos miembros de la pareja (esto último parece una “perogrullada” pero por algo lo dirán). Cuando los caballeros iban a luchar, dejaban a sus familias en estos monasterios. ¡Vaya! Siempre me ha gustado la historia y he leído mucho, pero de esto me acabo de enterar ahora. Me encanta descubrir la cantidad de cosas curiosas que desconozco.

Comemos, descansamos y ahora ponemos rumbo al área de autocaravanas de Fromista, pero cuando llegamos no nos gusta y como tenemos tiempo, nos dirigimos a Palencia, a donde estamos ahora, en el área de la isla (42.00333/-4.53472).

Aprovechamos para conocer un poco esta bonita ciudad, paseando por sus calles, pero el tiempo no nos acompaña y rompe a llover lo que nos obliga a regresar.

Y la hemos desbordado, como ocurre en estas fechas con el área de Leon. Y más de lo mismo: no sé si lamentarme o disfrutarlo. Cuando empezamos en esto, hace casi 20 años éramos pocos. Es cierto que aquí en España no había áreas y teníamos que buscarnos la vida. Ahora ya, afortunadamente no, las hay por muchos sitios, pero de un par de años hasta ahora está habiendo un auge de este tipo de turismo, o de esta forma de viajar tan peculiar. Y me gusta señalar  lo de “forma de viajar”  porque no me cansaré de decir que viajar en autocaravana entraña toda una filosofía que no se adquiere comprando una, metiendo a todo la familia allí y aparcando en cualquier sitio,  sacando mesas, sillas, a los niños, la abuela, a la piscina...Este sector está cambiando  y a veces no para bien. De hecho en Santa Eufemia nos describen el comportamiento absolutamente incívico de dos ocupantes (que no diré viajeros) de una autocaravana a cuya señora sorprendieron defecando en las tapias del monasterio y cuando fue increpada, se enfrentó a ellos. La consecuencia de este tipo de comportamientos de una minoría se generaliza injustamente para calificar a un sector y someternos a limitaciones y prohibiciones de las que los dueños de los camping saben aprovecharse.

Angel está jubilado y yo, cerca de la  jubilación lo que nos permitirá viajar a “contra-corriente” evitando determinadas épocas del año o fechas y disminuyendo por tanto la probabilidad de tener problemas con cierto tipo de usuarios indeseables en este sector, como en otros. Y según escribo esto, y con todo cerrado oigo desde el interior de nuestra autocaravana  al  vecino  que a su vez está en el interior de la suya y al que hemos hecho un hueco para que cupiera detrás y que parece querer informarnos a todos de lo que ha hecho y está haciendo: la suya es alquilada y van a cenar unas buenas pizzas que están encargando por teléfono. Otro ejemplo que ilustra lo que vengo diciendo.

Y llegamos al final y me sumerjo en la melancolía y los recuerdos de los viajes se agolpan.  Hemos conocido gentes, lugares, paisajes,…hemos amado, llorado, reído, pero sobre todo, hemos disfrutado y ojalá que la que compremos ahora la disfrutemos al menos, tanto como esta. Se abre otra época en nuestras vidas en la que aparecerán nuevos paisajes, nuevas gentes, nuevas experiencias y desde estas últimas líneas un ferviente deseo, el más importante de todos y del que me suelo olvidar: que estemos los dos. Siempre que sea así, dará lo mismo el lugar, el tiempo, el momento. Siempre…los dos. No soy capaz de concebir esto si estamos los dos.

Mª Angeles del Valle Blázquez
Boadilla del Monte Agosto de 2019. 


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